QUERIDA SOPHIE: DIARIO DE UN SOLDADO

21 de julio de 1944

Querida Sophie, llevo un tiempo sin escribirte, desde que estábamos preparándonos para desembarcar en Normandía. La verdad es que han sido unas semanas duras. Muchos hombres buenos perecieron el primer día, los vi caer delante de mí. Si aún estoy aquí, escribiéndote estas letras, es por mera suerte. Las balas avanzaban en todas direcciones, y en varias ocasiones alcanzaban a compañeros cuando debieron reposar en mi cuerpo. Con gran esfuerzo conseguimos llegar a la playa y asegurarla, aunque varias tropas se replegaron y ahora mismo desconocemos el paradero de muchos aliados. 

Nos ha llegado información de que algunas tropas dispersas han sido tomadas como prisioneros por los nazis en su retirada, otros simplemente debieron recluirse a zonas silvestres en busca de una posición estratégica. Lo cierto es que no tenemos mucha información de lo que está sucediendo con nuestros compañeros.

Ahora mismo me encuentro en Caen. Si, nos hemos apoderado de la ciudad. El 26 de junio conseguimos el control del puerto de Cherburgo, y justo hoy tomamos la ciudad. Nuestro avance es aplastante. Estoy convencido de que la guerra está por terminar. En estos momentos los muchachos están bebiendo para celebrarlo. Creo que me uniré a ellos, nos lo merecemos.

22 de julio de 1944

Querida Sophie, hoy te escribo lleno de dolor, las noticias que te traigo no son tan agradables como las de ayer. Resultó ser cierto que los alemanes, en su retirada, capturaron a varias tropas aliadas. Se estima que tengan cerca de quinientos prisioneros en la ciudad de Saint-Lô. Un ataque aéreo de nuestro país casi la destruye, pero un batallón entero de alemanes vio su paso cortado por el avance aliado, y decidieron retroceder, atrincherarse allí y mantener a los prisioneros como rehenes.

Para empeorar la situación, la compañía de Carl está entre los presos, lo que significa que él debe estar ahí también. No sé si parezca egoísta, pero me preocupa más su situación que la del resto de los hombres. ¿Qué pensará la señora White si no le llevo a su hijo a casa, como le prometí? Aunque, pensándolo fríamente, el hecho de que hayan secuestrado su compañía me consuela, así al menos sé que esta vivo, y que no terminó desangrado en la playa.

Las tropas aliadas deben continuar la marcha y el plan invasor; y un ataque directo a la base de Saint-Lô podría comprometer a los prisioneros, causando aun más muertes indeseadas. Por tanto, los altos mandos ya han descartado la opción del rescate masivo; no obstante, un rescate encubierto si ha sido aprobado. El sargento mayor Arthur Ridley estará a cargo de una brigada de diez hombres para una misión suicida, infiltrarse en la ciudad, rescatar más de 500 hombres y eliminar todo un batallón de nazis. Parece algo imposible. Lo sé, así que te causará sorpresa saber que soy uno de los miembros del pelotón.

Simplemente no podía quedarme de brazos cruzados. Mi mejor amigo puede estar ahí, y no pienso darle la espalda. Estamos en los preparativos para el viaje, mañana salimos. Son varios km desde aquí hasta Saint-Lô, así que demoraremos unos días en llegar. Para nuestra fortuna el grueso del ejército alemán se retiró camino al sur, por lo que debemos encontrar la vía despejada. En cuanto pueda me sentaré a escribirte; espero que nos volvamos a ver pronto.

26 de julio de 1944

Querida Sophie, hoy he podido encontrar un hueco para dedicarte unas letras, porque ciertamente no sé si podré volver a hacerlo.

Hace unos días salimos del campamento en Caen. No pudimos hacernos con ningún vehículo, y hemos estado andando desde entonces. Hasta hoy no tuvimos ningún contratiempo. Avanzábamos con marcha firme y sin mucho descanso. Por eso nos tomó por sorpresa, no lo esperábamos. Mientras recorríamos un angosto camino adoquinado, un estruendo nos alertó, y el cuerpo sin vida de uno de los nuestros cayó al suelo; una bala lo había alcanzado en la cien. El sonido de los disparos, proveniente de todas partes, ensordecía a la brigada; y una nube de polvo cubrió el lugar.

El sargento ordenó una retirada y todos corrimos, sin saber bien a donde nos dirigíamos. Perfectamente podíamos estar yendo justo hacia nuestros enemigos, pero en ese momento lo importante era salir de ahí, evitar los disparos y encontrar un campo de visión desde el que pudiéramos defendernos. El sargento lanzó una granada y la explosión creo la distracción idónea para darnos unos segundos de ventaja. A mi lado, otro compañero fue alcanzado por varias balas en la espalda, y no pudimos hacer nada por él. Debíamos seguir corriendo.

Nos tiramos detrás de unas rocas para cubrirnos y contratacar. John, otro del equipo, vio lo que parecía ser un pueblo a unos 100 metros de distancia. Los nazis estaban en la otra dirección, pero corriendo de espaldas seríamos blanco fácil; no era buena opción.

Dos valientes se quedaron para cubrirnos, mientras el resto luchábamos por llegar a los edificios con vida. Quizás en esa zona tendríamos mejores posibilidades, pensamos. Mientras nos acercábamos comprendimos que se trataba de un pueblo fantasma. Al parecer, también se vio afectado por el bombardeo aéreo aliado, y sus habitantes —los que hayan sobrevivido— decidieron marcharse a otro lugar. Nos movimos por el laberinto de calles y al doblar una esquina oímos un llamado de auxilio. Uno de los hombres que se quedaron detrás para cubrirnos corría tras nosotros cojeando, con una herida en el muslo derecho. Preguntamos por el otro y nos dijo casi sin aliento que estaba muerto, una bala en la cara le voló los sesos.

Encontramos un edificio de 4 pisos medio destruido, con una sola entrada y pocas ventanas, y decidimos refugiarnos ahí. Pasada una hora pudimos estudiar a los enemigos, que se habían hecho con el control del pueblo. Al menos una docena recorría las calles cerca de nosotros, y se podían ver otros 15 o 20 patrullando a lo lejos. Son demasiados para enfrentarlos, y menos ahora que solo quedamos 8. Decidimos montar un campamento, tomar turnos para vigilar e idear un plan de escape. Si lo conseguimos, sabrás pronto de mí; si por el contrario no llego a escribirte nuevamente, no te preocupes, nos encontraremos en la otra vida.

29 de julio de 1944

Querida Sophie, te emocionará saber que estamos fuera de peligro, o al menos por ahora. El último par de días ha sido duro, y volvimos a perder otro hombre. Cada vez quedamos menos, y aun no hemos llegado a Saint-Lô.

Como te deje dicho días atrás, estábamos rodeados, docenas de alemanes patrullaban la ciudad fantasma y no veíamos una forma clara de escapar. Ellos registraban cada vivienda, y, eventualmente, terminarían encontrándonos. Así que la estrategia era seguir moviéndonos, protegidos por la noche. Las madrugadas del 27 y 28 fueron muy activas, ninguno pudo dormir, y tuvimos que saltar varios tejados y correr largos tramos para encontrar nuevos refugios. Aprovechamos la movilización para eliminar a cuanto alemán tuviésemos cerca y desprevenido. Claro, nada de usar armas, nuestra clave era el sigilo. Los cuchillos, sin embargo, fueron muy efectivos para la tarea. Personalmente le rebané el cuello al menos a 3 hombres.

Ayer, al amanecer, pudimos ver no muy lejos de nuestra posición el fortín ideal para luchar. Aún no teníamos claro si era una vivienda o algún tipo de almacén; pero servía de manera perfecta para nuestros planes. Verás, la parte oeste del pueblo estaba limitada por un inmenso muro de ladrillos, y el fondo de ese lugar estaba completamente pegado al muro. Solo una puerta delantera y dos ventanas a los costados de ella; no tenía otra entrada. Nos dimos cuenta de que los alemanes no podrían rodearnos en esa posición, su ataque tendría que ser directo y de frente. Era perfecto.

Para llegar hasta ahí necesitábamos una distracción, así que John se escabulló al tejado contiguo y lanzó una granada lo más lejos que pudo, en la dirección opuesta a nuestro objetivo. Mientras los nazis investigaban, pudimos alcanzar el fortín.

Ridley decidió plantarles cara a los enemigos ahora que teníamos una posición estratégica. Nos dividimos en tres grupos, yo me mantuve con el sargento, el herido y otro hombre más en la fortaleza, y los cuatro restantes se separaron en parejas para posicionarse en dos edificios laterales a la casa. Desde ahí podían flanquear a los alemanes cuando se acercaran a nosotros. De los cuatro que permanecimos en el fortín, uno llegó hasta el final para abrir un agujero al muro por el que pudiéramos escapar del pueblo. El resto nos posicionamos para luchar.

La batalla comenzó pocos minutos después; yo estaba apoyado en una ventana, y abría fuego a todo lo que se movía delante. Puedo asegurarte con certeza que maté a más de diez alemanes, eso sin contar los que eliminaron mis compañeros. Pero el golpe más duro se lo dieron las parejas de los lados; los tomaron por sorpresa mientras avanzaban en nuestra dirección, y se convirtieron en blancos fáciles.

El encargado de la vía de escape avisó que había terminado, y nos replegamos para huir. Steve, el herido del muslo, sacó una conclusión dura, pero real. Aun quedaban alemanes que no pararían su ofensiva, si huíamos nos machacarían desde atrás. Además, él no estaba en condiciones de correr, solo sería una carga para el resto. Decidió quedarse en la barrera, volver a cubrirnos como hizo la primera vez y darnos una oportunidad de escape. El sargento se negó a dejar otro hombre atrás, pero ciertamente no tenía muchas opciones. Nos despedimos del héroe y salimos por el agujero, donde una carretera que se internaba en el bosque nos esperaba. A los pocos minutos hicieron presencia los cuatro flanqueadores, uno de ellos herido en un hombro, y nos pusimos en marcha lo más deprisa que pudimos.

Avanzamos unos 200 metros y aun se oían los disparos; Steve estaba dando buena guerra. De pronto, un largo silencio nos señaló que había perdido. Seguimos corriendo, alejándonos cada vez más de la carretera y adentrándonos en el bosque. Ahora estamos acampados a unos 10 kilómetros del pueblo, sanos y salvos —bueno, casi todos—. Esperamos en un día o dos llegar a Saint-Lô; cuando salimos no tenía esperanza de regresar con vida, ahora no pienso en otra cosa. Debo regresar a casa, y debo terminar esta historia para ti, victorioso.

31 de julio de 1944

Querida Sophie, nos encontramos en las afueras de Saint-Lô, sorprendidos de la cantidad de alemanes que protegen el lugar. ¡Un batallón entero! Mientras escribo, estamos acampados bajo una enorme roca para recuperar el aliento. Ridley está perfeccionando el único plan de rescate que pudimos armar en tan poco tiempo y con tanta desventaja.

La idea es arriesgada, pero creo que no tenemos muchas opciones. Divisamos en un costado un almacén que parece estar ocupado por armamentos; es perfecto para una distracción masiva. Planeamos poner unas bombas dispersas en el lugar para volarlo por los aires. Quizás, nos cargamos así a varios nazis, y, además, nos da tiempo a infiltrarnos en la ciudad sin ser vistos y encontrar a los prisioneros.

5 de agosto de 1944

Querida Sophie, te preguntarás que ha pasado conmigo todo este tiempo, y qué sucedió en Saint-Lô. Bueno, la historia es bastante simple, realmente.

Los 7 hombres que aun quedábamos con vida llegamos sin ser vistos al almacén. Eliminamos silenciosamente a varios guardias que merodeaban el lugar y empezamos a colocar explosivos en todas partes. Se me ocurrió que debíamos hacernos con algunos de los fusiles para entregárselos a los presos, pues no tendrían con que defenderse. Así que agarramos unas enormes bolsas y las llenamos de armas y granadas. No tanto como para que fuese difícil de transportar, pero si suficiente para armar al menos a una docena de hombres. El resto tendría que esperar a arrebatar los fusiles de los alemanes eliminados.

Para poder activar los explosivos, uno de nosotros debía quedarse detrás. Gunn decidió ser él. Era el más ágil, podía correr y alejarse de las llamas con mayor facilidad. El resto nos movimos hasta un portón verde del otro lado de la calle, esperando la señal para entrar a la ciudad. 

El almacén voló en pedazos y un montón de nazis fueron a ver que sucedía, entonces aprovechamos la oportunidad para adentrarnos por los oscuros callejones. Tomamos por sorpresa a un soldado que caminaba despreocupado frente a nosotros y lo obligamos a indicarnos donde estaban los prisioneros. Resulta que no son tan valientes ni de tanta sangre azul después de todo, cantó en cuestión de segundos. Llegamos a una especie de hangar que no guardaba ninguna aeronave, sino que estaba dividido por secciones y varios alemanes supervisaban los compartimentos. 

Disparamos primero, y un corto enfrentamiento tuvo lugar antes de que pudiéramos despejar el camino. Dos de los nuestros cayeron en combate; uno de ellos, el sargento Ridley. Es triste como después de tanto esfuerzo comandando una misión como esa, perdía la vida momentos antes de salir victoriosos. Que crueldad del destino.

No tuvimos oportunidad de rendirle ningún tipo de tributo, pues los disparos anteriores alertarían al resto de los enemigos. Debíamos aprovechar el poco tiempo de ventaja para liberar a todos los hombres y armarlos. Encontramos las llaves de las celdas improvisadas en el cadáver de uno de los alemanes y comenzamos a soltar aliados. Cuanta alegría me dio ver a Carl, estaba con vida. Corrió hasta mi y me abrazó con todas sus fuerzas. “Sabes que le hice una promesa a tu madre, te llevaré de vuelta”, le dije para consolarlo. Antes de que pudiese responderme, una enorme cantidad de sangre salpicó mi rostro. Los disparos provenientes del exterior del hangar acribillaron a unos cuantos indefensos. Una bala alcanzó la yugular de Carl, provocando que un chorro de sangre saliera en mi dirección. Lo mató en el acto. De ese momento en adelante no logro recordar qué sucedió. El mundo se opacó y solo sé que agarré mi rifle y arremetí con furia contra el enemigo.

Hoy desperté en una camilla y un médico se acercó a mí para decirme que estaba todo bien, regresaba a casa. No entendía nada; entonces, me explicó lo sucedido. La misión fue un éxito; nos cargamos a todo el batallón alemán —cero prisioneros, todos muertos— y pudimos rescatar cerca de 300 hombres. En mi caso particular, no todo era tan bueno. Una bala alcanzó mi columna, al parecer, regreso con la compañía de una silla de ruedas para el resto de mi vida.

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