EN LA GARGANTA DE LA JUNGLA
La noche anterior era solo un profesor que aprovechaba las vacaciones para visitar las playas caribeñas de Belice y las riquezas mayas que se escondían tras la inmensa jungla. Ahora solo soy un hombre asustado en medio de la selva, un simio sin conocimientos del entorno y expuesto a todo tipo de peligros.
Verde. Todo verde. Me entretuve apreciando el paisaje, tirando fotos, y, cuando entré en razón, la selva me había tragado. La vegetación tupida impide mirar más allá de cinco pies, pero el grupo no está lejos. Mi mujer no está lejos. Si me concentro, podré oír su voz preguntándole al guía. No hay necesidad de gritarles, solo debo apresurar el paso y los alcanzaré en un momento.
Desde hace un rato no logro distinguir el camino certero, por donde se trasladan los turistas, pero supongo que es normal en un bosque, aquí no hay rutas claras. Las enredaderas y troncos caídos dificultan el paso, y en ocasiones, debo bordear algunos arbustos enormes que me desvían del curso. Quizás es momento de replantearme que tan lejos estoy, resulta un poco alarmante.
—¡María! —grito a mi mujer, con la esperanza de escuchar una respuesta y así poder ubicarme—. ¡María!
Nada. Silencio total: solo el zumbar de los insectos y el movimiento de las hojas de vez en cuando. Mi pecho bombea sangre y adrenalina, y mis pies solo tienen una orden que cumplen a rajatabla: correr. ¿Qué rumbo tomar? Eso no importa. De cualquier manera, no tengo forma de asegurarme que estoy en la dirección correcta. Esprintar hacia adelante, eso es todo. La idea parece genial: mantener la mayor velocidad posible, esquivar los matojos y ramas del suelo, y en unos minutos encontrar algo, lo que sea. La realidad se manifiesta diferente, pues como ya mencioné antes, la espesa vegetación es un rival a tener en cuenta; avanzar diez metros aquí cuesta más que una carrera de doscientos metros en un estadio.
Noto cuánto he avanzado cuando mis pies comienzan a fallar. Es oficial, ¡estoy perdido! Me inclino hacia adelante y sostengo una rama firme, mientras intento recuperar el aliento. Intensos pinchazos en la palma de la mano izquierda provocan un rápido retiro del tallo; inmediatamente me percato de la gran cantidad de espinas que lo adornan. ¿Cómo no las vi antes, si son enormes? Con cuidado, remuevo cada pedazo puntiagudo que se quedó incrustado en la piel. Una infección es lo único que falta para rematar la situación, y eso sin contar con la gran cantidad de sangre que chorrea por mi mano. Necesito cubrirlo con algo, deprisa.
Del bolsillo trasero del pantalón extraigo una navaja suiza roja, regalo de mi suegro. En las secciones ocultas se pueden encontrar un sacacorchos, una tijera y dos cuchillos; uno dentado y otro liso, ambos de unos diez centímetros de longitud y cuatro de ancho. Necesito cortar un trozo de manga de la camisa que llevo puesta, para usar como venda y envolverla herida. La tijera es demasiado chica, y demoraría mucho, es mejor el cuchillo dentado, rasgo con cuidado de no rebanarme un trozo de carne junto con la tela.
Un problema solucionado, pero otro llama a la puerta. En menos de dos horas el sol se habrá puesto y no encuentro el más remoto rastro de civilización; tampoco tengo fuego o un buen cobijo para pasar la noche. Es intolerable que esté a la intemperie, sin protección del frío, los mosquitos o los depredadores, mientras la oscuridad se adueña de la selva. Un refugio de calidad demora en ser construido, y el tiempo no alcanza. Lo mejor será que me centre en hacer fuego. Con el lente de la cámara y un poco de yesca seca, puedo hacer arder una llama mientras el sol aun siga afuera. De nuevo, el plan pensadome juega una mala pasada. Quizás en un desierto, o en un bosque de Estados Unidos, la yesca es fácil de encontrar. Pero aquí, en la húmeda selva de Belice, hallar cualquier material árido es un todo un reto.
Luego de observar detenidamente el paisaje a mi alrededor, puedo divisar un pequeño claro con pasto. Es posible que sea el escondite de algunas madrigueras de conejos;si tengo suerte, estará lo suficientemente seco como para que funcione el plan de respaldo. Tomo todo lo que puedo y me dirijo hacia un árbol grande y de bastantes ramas y hojas. En caso de llovizna, será un buenaislante del agua.
Las gotas de sudor se deslizan por mi frente, y la frustración aumenta a medida que el sol se esconde. Sigo sin poder sacar una chispa del pasto y el tiempo se acaba.
—Vamos, vamos —me repito, una y otra vez, para darme ánimos—, tu puedes hacerlo. ¡Sólo necesitas dejarlo fijo!
Inservible. Los últimos rayos solares se esfumaron tras la copa de los árboles, y la luna y estrellas aparecieron en lo alto del cielo. Menuda noche. Sólo. Desprotegido. A merced de jaguares, pumas e insectos. La noche anterior era solo un profesor de Historia del Arte que aprovechaba las vacaciones anuales para visitar las playas caribeñas de Belice y las riquezas mayas que se escondían tras la inmensa jungla. Esta noche solo soy un hombre asustado, un simio sin conocimientos del entorno y expuesto a todo tipo de peligros. ¿Cómo estará María? Seguro no ha dejado de buscarme.Puedo imaginarla, como si la estuviese viendo:el guía de traje marrón intentando convencerla de regresar al hotel y ella luchando por introducirse en este mundo inhóspito, cuchillo en mano y con la esperanza de encontrarme sano y salvo. ¿Por quéme detuve? Según el guía las ruinas no estaban muy lejos, sólo quedaban quince minutos más a pie para apreciar una maravilla antigua.
El mono, me detuve a fotografiar al mono. Según he escuchado le llaman mono araña, y habita desde México hasta Brasil. Era precioso, nunca había visto nada igual;ese arte para columpiarse entre las altas ramas. Solo una foto debió bastar, pero la curiosidad pudo conmigo y me aventuré a seguirlo. ¡Carpe diem, vive el momento! Quizás nunca más vería uno en esa libertad, y el grupo podría esperar por mí. De momento, solo debía seguir de cerca el comportamiento de semejante animal.
Un sonido casi imperceptible capta mi atención. A unos veinte pies de distancia, un arbusto cobra vida. No, no es un simple arbusto, sino el escondite de un animal al asecho. Juro que puedo ver el brillo de sus ojos entre las hojas, a la esperadel momento oportuno para atacar. Miro en los alrededores y no encuentro nada con lo que defenderme. Fallé al hacer fuego, el refugio está lejos de considerarse como tal, y la pequeña navaja suiza solo le haría cosquillas a una fiera preparada para matar.
¿Qué opción tengo? Debo marcar territorio, eso es, mostrar mi supuesto poderío. Grito a todo lo que da mi garganta, enseño los dientes y golpeo el árbol que me da protección. Del suelo recojo algunas piedras y pedazos de palo y los lanzo en todas direcciones. Continuo con los gritos; mañana estaré afónico, pero total, tampoco es que haya muchas personas con las que hablar por aquí. Al parecer, mi estúpido y suicida plan ha resultado bien, pues no veo movimiento en un amplio radio, y el arbusto vuelve a ser solo eso, un arbusto. El resto de la noche lo debo pasar en guardia, no me siento cómodo a la intemperie, tan desprotegido. Ya tendré tiempo de dormir mañana cuando llegue al hotel.
Solo veinte o treinta minutos de sueño, eso es todo. Justo cuando el peso de los párpados ganaba la batalla, los intensos rayos solares se deslizaron entre los árboles para llegar a mi rostro. Pero será suficiente, no puedo perder un segundo más. Siendo realista, es posible que mientras intentaba acércame al grupo, solo me haya alejado. Ahora mismo podría estar a un kilómetro de distancia, o a cincuenta;no lo sé. Encontrar algún indicio de vida humana será mi salvación, así sea un asentamiento aislado. Para ello, según tengo entendido, es útil seguir la corriente de un río. Cuesta abajo existen más probabilidades de dar con uno, y eso haré. Además, siempre es mejor bajar que subir.
Traía una mochila con agua y algunos complementos que serían útiles en esta situación, pero María la llevaba en sus hombros cuando me separé del resto. Comida, agua; mi cuerpo se está debilitando,puedo sentirlo.Los labios resecos son una alerta de la deshidratación que tengo. Mientras más tiempo pase en este lugar, peor será, y no estoy capacitado para cazar, hacer trampas o sacar agua de la nada.
Ayer, la adrenalina convenció a mis piernas de correr y explotar mi cuerpo al máximo; ahora me percato del terrible error que cometí. Por más que intente avanzar rápido, el terreno no lo permitirá. Lo mejor será que mantenga un ritmo tranquilo, y así guardo las pocas energías que aun me quedan.
Esto es horrible. Más de una hora de caminata y no tengo idea de lo que he recorrido, ¿he estado dando vueltas en círculos?, ¿me estoy acercando a algo?, ¿o me estoy alejando? Esta incertidumbre acaba conmigo. El cielo oscurecido en pleno día no es buena señal. Un fuerte aguacero obstaculizaría la visión y la marcha. ¡Agua! Al menos algo positivo del chubasco.
—¡Mierda! —no tengo nada con lo que acumular suficiente agua, y no encuentro nada por aquí que pueda servir—. No importa. Abro la boca y tomo todo lo que pueda; será suficiente para llegar hoy al hotel —digo en voz alta e intento convencerme a mí mismo—.
Las gotas caen del cielo como flechas. Los temores anteriores eran correctos, casi no veo y mis pies sufren al luchar contra el lodo que se origina bajo ellos. Lo mejor será que busque un lugar para descansar y protegerme. Esto cuesta más de lo que debería, y no puedo arriesgarme a sufrir una hipotermia, o algo parecido. Hay un árbol caído a pocos metros. Su forma singular será perfecta para acurrucarme bajo él. No es solo un tronco caído, pues el tramo más bajo del árbol sigue erecto en su sitio y el resto no llegó a desprenderse, formando una especie de triángulo con el suelo. Ideal para lo que necesito.
Me molesta no poder avanzar más. Esta lluvia al parecer durará horas, incluso puede mantenerse así hasta la noche. ¿Debería continuar cuando escampe entonces? No. Esas horas son peligrosas y estoy más propenso a perderme —aún más—. En caso de no cesar antes de la puesta del sol, pasaré la noche aquí mismo. Agua tengo en abundancia, y creo que puedo esperar un día más para comer. No hay problema. Mañana estaré en el hotel, riendo y haciéndole los cuentos a María.
Como era de esperarse, la luz se esfumó y la lluvia no se retiró con ella. Siento el frío en cada hueso de mi cuerpo. Todo me tiembla y es difícil mover cualquier articulación. Extraño el relleno de anoche, al menos pude entrar en calor con la hierba dentro.Me pregunto como habrá sido la vida maya en estas tierras. Es entendible que la media de vida no superara los treinta o cuarenta años. Aquí todo muerde, pica o tiene algún tipo de toxina, eso sin contar con las abundantes lluvias al año que causan inundaciones y destrozos, además de lo mala que es la constante humedad para la fisiología humana. Siempre he querido ser libre, vivir aventuras, explorar lo inexplorado; ahora me doy cuenta de lo bien que sienta estar en casa, con calefacción, comida calentita y agua para beber en abundancia…pero, sobre todo, mantenerse seco. ¡Que se joda Indiana Jones!
Otra noche sin pegar ojo, y siento como si tuviese dos bloques amarrados a los parpados que empujan hacia abajo. No es solo eso, los brazos y piernas también. Todo mi ser quiere desplomarse en el suelo, deseoso por echar una larga siesta, pero no puedo permitirlo, necesito avanzar, necesito llegar a mi destino. Es un nuevo día, y si me esfuerzo, en la tarde ya estaré con María. ¡Oh María, cuanto te extraño!…por favor, no me busques. Vete para el hotel y descansa, toma el sol. Antes de que lo esperes, estaré contigo.
Como he comentado antes, y no me canso de repetirlo —así hago énfasis en el tema—, avanzar por este lugar es bastante complicado. Aun sufro las consecuencias de agarrar la rama de las espinas, y, para que no vuelva a ocurrir, debo mirar bien qué toco y dónde piso. Algo curioso agudiza mis sentidos, estoy a unos escasos centímetros de pisar una serpiente. Por desgracia, los reflejos funcionan más deprisa que el cuerpo, y no soy capaz de mantenerme en pie luego de esquivar al animal. La espalda impacta con el suelo y un impulso sobrehumano hace que ruede a gran velocidad y me vuelva a incorporar, listo para luchar. El instinto carnívoro aflora y solo un pensamiento inunda mi mente: serpiente asada. Tengo una piedra justo a la derecha, es suficientemente grande como para hacer el trabajo. La lanzo con toda la fuerza que logro acumular y le revienta el cráneo al animal, sin oportunidad de huir. Esta noche sí tengo que hacer fuego, me lo debo a mi mismo. De momento, solo utilizo la navaja para removerle la cabeza, pues no sé si será venenosa, y en caso de serlo, las glándulas están allá arriba; el resto debe ser comestible. Ya la despellejaré cuando esté listo para asarla.
Es notable lo rápido que transcurre el tiempo cuando estas aquí. No puedo asegurar cuanta distancia he recorrido hoy, pero ya el sol comienza a perder poder. Será mejor que vaya pensando en un refugio y en hacer fuego. No parece que vuelva a llover, pero quiero hacer algo sofisticado, tengo tiempo. Así me mantengo más seguro de los grandes depredadores.
Encuentro un gran tronco caído y se me ocurre atravesar varias ramas inclinadas, a modo de techo, y luego cubrirlas con grandes hojas. Una de las aberturas la taparé con más hojas, las cuales serán amarradas con lianas finas y, justo enfrente de la otra abertura, haré la fogata. Será pan comido.
No. No es pan comido. Debí haber priorizado el fuego. Debido a la demora del refugio el sol se ha escondido a tal magnitud que el lente de la cámara es inservible para provocar una chispa. Al menos el cobertizo está terminado, dormiré sin miedo al viento frío o a los depredadores. Yesca, ahora necesito yesca, luego veré como encenderla. Todo aquí está húmedo e inservible, pero si consigo abrir un tronco al medio, quizás su interior este seco y pueda ser utilizado.
Perfecto, solo necesito ingeniar una forma de hacer vivir la llama. Escojo una piedra redonda y dura que puede serme útil. Al hacerla entrar en contacto varias veces con el cuchillo liso logro crear chispa. Pero no es suficiente, debo seguirlo intentando. Una, dos, tres horas; al final me salgo con la mía. El júbilo de crear fuego en la naturaleza es increíble. En una noche he conseguido lo que se me ha negado todo este tiempo: comida, calor y protección. Despellejo a la serpiente con cuidado y luego la incrusto en una rama muerta. La acerco a la brasa y con lentitud voy dándole la vuelta para su cocción completa. Dicen que sabe a pollo, hoy lo comprobaré.
Mientras camino en el nuevo día siento la necesidad de agua en mi sistema. Ayer no consumí ni una gota, y la serpiente provocó más ansia de ella. Llevo tiempo en esta aventura y me empieza a pasar factura. Cada vez necesito descansar más seguido. No me he querido quitar los zapatos por miedo a lo que encontraré allí debajo. Los pies duelen como el demonio, y la palma izquierda —la de las púas—, no puede cerrarse completa. Noto una terrible hinchazón, la infección es grande. Tampoco quiero retirar el pedazo de tela, que se encargue de eso el médico al llegar al hotel. Tras unos enormes arbustos, no muy lejos de mí, puedo ver una gran roca sobre la que recostarme por unos instantes.
Este lugar es hermoso, aquí acostado puedo apreciar la verdadera belleza de la naturaleza. Si solo elimináramos los mosquitos, el calor, la suciedad, las plantas y los miles de animales que se revuelcan por la tierra y no te permiten ni dormir; y pusiéramos agua, comida en abundancia y una buena cama para descansar. Es horrible. ¡Odio la naturaleza!
Agua. Es inconfundible. Una fuente de agua está tan cerca que puedo escucharla desde aquí. No se de donde saco las fuerzas, pero corro como no había hecho en días. El sonido se hace más claro con cada paso que doy, y tras un pequeño tramo aguarda mi tesoro: un río caudaloso y de poderosa corriente. Los pies no me permiten meterme de lleno en él, nada más alcanzar la orilla ceden y caigo al suelo como un aterrizaje forzado de avión. Al menos las manos y el rostro están suficientemente cerca como para llevar el preciado líquido a mi boca. Bebo hasta que me provoca un incómodo dolor de estómago. Que satisfacción.La de bacterias que podría tener este río, debí haber hervido el agua. Total, ¿con qué la iba a hervir? Tampoco es que tuviese mucho tiempo; no creo que pudiese aguantar un minuto más sin que humedezca mi garganta. Estoy seguro de que está bien, los mayas bebían de estos riachuelos y no morían…aunque quien sabe cómo lo hacían. Nada, de cualquier manera, esto me proporcionó la suficiente energía para continuar, solo tengo que seguir el curso del río y en pocas horas estaré con María. En caso de infección ya se encargará el médico de darme pastillas.
Con paso activo continuo el camino. De cuando en cuando debo adentrarme en la selva, manteniendo poca distancia del afluente. Una punzada se hace eco en mi cabeza, y siento que cada musculo se tensa hasta que todos dejan de responder. Sin venir al caso, los parpados se entrecierran y no logro controlar la caída. Es como si un balazo hubiese atravesado mis sesos y fuese sólo un cadáver inerte. Tendido en el suelo, noto como pierdo totalmente la visión y todo se llena de oscuridad a mi alrededor.
Al despertar, un potente sol caribeño me golpea el rostro. No tiene sentido, ya debería haber oscurecido. Un momento… ¿estuve dormido toda la noche? O, mejor dicho: ¿cuánto tiempo llevo dormido? ¿Horas? ¿Días? No puede ser. Aun siento un intenso dolor de cabeza, y la piel me arde como si tuviese cuarenta grados de fiebre o más. Podría ser insolación, o alguna infección del agua de río. No lo sé. Intento ponerme en pie, pero es casi imposible, requiere toda la fuerza de voluntad en mi interior para tan siquiera levantar la espalda y quedar sentado.
—¡Jorge! ¡Jorge! —es débil, lejana, pero siento la voz de María. —¡Jorge! ¡Por aquí!
Nuevamente el impulso sobrehumano se adueña de mí, y casi a rastras comienzo a correr, más parecido a un mono que a un hombre. Me ayudo con los brazos mientras intento ganar equilibrio y una posiciónerguida. Justo detrás de unos arbustos está ella, tan hermosa. No desistió, continuó la búsqueda hasta que me encontró. Los gajos sueltos arremeten contra mi cara, así que procuro cerrarlos ojos y extender las manos para despejar el trayecto. Al otro lado está ella, no puedo parar ahora. Terminan los matojos de estorbar y solo veo un claro, el cielo despejado y nada al frente. Sin darme cuenta, el camino se acabó y estoy rodando cuesta abajo por un barranco. Las rocas arremeten sin piedad contra la espalda, cabeza, piernas, pecho. El impacto tritura cada hueso de mi cuerpo, puedo sentirlo, sin embargo, solo un pensamiento me preocupa: ¿dónde está ella? Sé que la escuche, no estoy loco.
Todo deja de dar vueltas y ahora mi vista se centra en el cielo azul. ¿A dónde fue? ¿Por qué me volvió a abandonar? Estoy tendido en el medio de un bosque, mientras, sabrá dios que estará haciendo ella. Debía haber esperado cuando le tiré las fotos al dichoso mono, debía haberse mantenido a mi lado, y sobre todo, no debería haberse ido ahora. Quizás corrí demasiado deprisa, la asusté y se echó a un lado para no caer junto a mí por el barranco. ¡No! Si yo caigo, ella cae conmigo. Puede que me haya avisado del desnivel, y yo no la escuché; puede que ahora mismo esté buscando atención médica para que me asistan. No puedo ser injusto con ella, siempre ha estado conmigo, debo confiar en sus acciones.
Esa risa malvada no puede ser de ella, ni de los médicos; proviene de las copas de los árboles. Claro, tenían que ser ellos: monos araña. Ríen y me señalan, como si fuera un mono de feria; qué irónico.
—¿De qué se ríen? ¿Qué es lo que tanto disfrutan? —les grito insultado, a todo lo que da mi garganta—. Por su culpa estoy en esta situación. ¿Vienen a regodearse?
Me pongo de rodillas y agarro un par de piedras para lanzárselas. No llegan lejos, pero al menos los ahuyentan. Muy cerca de donde estoy se desliza nuevamente el río, otro símbolo de mi gran fracaso. Extraigo la poca voluntad que aun descansa en mí y me arrastro hasta la orilla. Encajo el cuchillo dentado de la navaja en una madera muerta y luego recuesto la cabeza en ella. Si consigo dormir un poco podré avanzar más mañana, con fuerzas renovadas. María volvió a abandonarme, pero yo no desistiré. Mañana estaré en el hotel, sano y salvo.
Abro los ojos y siento que mi vida ha dado un vuelco. Esto es una señal divina. Tengo la energía del primer día y puedo mover el cuerpo casi sin dolor. Aprovecho este furor repentino y continuo la marcha. Al otro lado del río la vegetación es más escasa; ayer no podía cruzarlo por la corriente, pero hoy, está como un plato. Camino solo unas horas y veo algunas motas de gris a menos de cien pies. La emoción de pensar lo que creo que es me da incluso más ánimos, y comienzo a correr. Exactamente, me detengo delante de unas ruinas mayas. Parecen ser especies de tótems, ya desgastados por el tiempo. Pero son un montón, distribuidos a lo largo de un terreno irregular de aproximadamente veinte metros cuadrados. Allí, se encuentra María, junto a un equipo de paramédicos y hombres vestidos de guías y militares. Estuvieron buscando todo este tiempo, y por fin los encontré yo a ellos. Tal fue la alegría de mi esposa al hacer contacto conmigo, que me abrazó hasta dejarme casi sin respiración.
Ha sido una semana complicada, desde la excursión hemos rastreado sin cesar, y nada. Según el jefe de seguridad, el país está compuesto en un sesenta por ciento de bosque tropical; cuando algún turista se extravía, es muy difícil encontrarlo. Pero yo no me di por vencida, conozco a Jorge y sé que él tampoco lo haría. Luego de los tres primeros días la guardia lo dio por muerto y abandonaron la búsqueda; tuve que pagar una gran fortuna para tener acceso a un piloto capacitado que pudiese ayudarme. Justo cuando pensaba en desistir, surcamos una zona desconocida para mí, aun no habíamos buscado ahí. El piloto recordó un pequeño riachuelo que atravesaba una gran parte del bosque, y si Jorge lo veía, se mantendría pegado a él. Esa era nuestra última oportunidad. Desde arriba notamos una extraña forma en una orilla, y decidimos bajar a inspeccionar. Fue complicado, pues la avioneta no tenía espacio para aterrizar cerca del lugar. Tomamos tierra a tres kilómetros del sitio y caminamos hasta allí. Las lágrimas brotaron de mis ojos, al ver la navaja que le regaló mi padre, incrustada en un pedazo de madera. Junto a ella, descansaba el estropeado cadáver de Jorge.